miércoles, 22 de agosto de 2012

Conciencia

Así, mientras esperaba y sólo después de haberlo pensado un rato, de discutirlo con sus recuerdos, concluyó, "Ya está visto que eso que desde otrora llamamos razón, no es otra cosa que un artificio más para jugar a entender, para ordenar, para creer". Recordó tres palabras clásicas de la autoridad (de la razón), las cuales no transcribo aquí más por temor a no entenderlas que por el olvido propio de mi memoria.

En 1637 dijo (uno de los suyos dijo) que no existía cosa en el universo mejor distribuida, dado que todos creían tenerla, no se equivocó, no hay mayor deseo en el cosmos que el de entender,  que el de creer.  Algo antes, en un momento cuya fecha exacta no recuerdo, pero ubicado entre los años 1280 y 1349, dio a entender que en lo simple se hallaba la verdad, aunque mucho antes y luego por mucho después siguió creyendo en lo absurdo de lo encerrado en esa palabra. Las horas pasaron, como pasa todo, y descubrió en la espera su placer, la verdad de nuevo cuestionada, el sabor de lo infinito.

Por fin algo llegó y en su afán de razonar pensó en presentarse, sin estar segura, quiso decir “Mi nombre es Humanidad, Humanidad González, Mucho gusto”; pero recordó que eso de los apellidos era tan solo otro de sus inventos y que quizá para él o ellos, eso o lo que fueran (o fuera) no tendría ningún sentido, además reconoció que podía escoger otro, con más historia, con más mentiras; no quiso extender este análisis a su nombre que sin duda tampoco lo superaría; decidió no darle importancia y continuó haciéndose para sí misma una idea propia que transmitir sobre lo que conocía y no, de su conciencia.