domingo, 30 de octubre de 2011

Lembrar

Me preguntó que si recordaba, no respondí, hallé mejor el silencio que las palabras para contarle lo que pensaba; pues recordaba vagamente los acontecimientos de anoche, llegué a casa luego del gimnasio, tomé una ducha, hice dos llamadas, accedí a llegar al sitio, bebí cinco o seis copas, canté la canción de moda y quizá unas dos horas más tarde estaba en su apartamento, la imagen de sus labios sobre mi pecho y sus manos sobre mi espalda es ineludible.

Recordé además que no era un ligué nuevo, que ya antes nos habíamos encontrado y que por eso sabíamos cómo tenernos. Apagué mi teléfono, no hacían falta interrupciones, no eran admisibles a esa hora, luego de seis o cinco copas, cuando ya no se tiene ropa, y el cuerpo te pide un cuerpo. Logré conservar la calma solo lo suficiente como para no parecer tonto, sus ojos y su mirada ensimismada, retorcijaban mis motivos, era más que necesario el tenerle.

Despegué sutilmente mis dedos del suelo y sin que lo advirtiese levité un poco sólo para sentir que me hacía grande y tomar la fuerza que me faltaba para mostrarle lo que quería. Sus labios sucios de alcohol, como los míos sucios de sed, tomaron mis piernas por madriguera y desadaptados removieron cada rincón, ni el más íntimo escapó a su insosegable apetito.

Reconocía sin duda en su comportamiento el deseo insatisfecho, la certeza de ser humano. Tornamos los minutos en eras y los sentidos en blasfemias, nadie antes supo lo que descubrimos, nadie nunca lo sabrá; y así, mientras se llenaba la boca de sexo pensaba en lo vano de su existencia, y en lo simple de la mía. No podía dejar de pensar en que cada beso, cada roce, cada mirada puesta sobre su cama representaba un poco de su tristeza.

Luego de dos minutos de espera ya no quiso saberlo.

martes, 9 de agosto de 2011

Razones

No pude evitar creer que de nuevo me equivocaba, sus palabras salidas del egoísmo se me hicieron familiares, quizá porque antes las había escuchado salir de mi boca cargadas con la misma fuerza, la misma que me daba la indiferencia. Las tome sin recelos, incluso me parecieron razonables, ya antes las había pensado. No fue una sorpresa, no sólo porque ya nada me sorprende o ilusiona, sino porque su drama de alguna forma era el mismo mío.

Por la idiotez y gallardía de mi existencia quijotesca, estuve a punto de desprenderme de eso que me enorgullece, sin embargo me contuve y seguí exhibiendo mi serenidad, recibiendo sin miramientos sus caricias carentes de fundamento, rompiendo su culo a versos. Inocente de mis tribulaciones tan sólo atinaba a creer en la particularidad de su mundo.

Decidí no dar nada por sentado y esperar, aguantando el tedio de la intriga que masajeaba mis entrañas induciendo lo vomitivo de mi cuerpo. Sentía calor en las manos y una inmensa sensación de que pronto lo entendería todo. Su rostro satisfecho regocijaba a mis ganas de tenerle.

No emití sonido alguno, consciente de la futilidad de sus razones y la variabilidad de mi entendimiento, recibiendo sus descargas de humanidad estoicamente quise no despertar sospechas, mientras que con sus polvos me quise lavar el alma.

jueves, 23 de junio de 2011

Espera

Nos encontramos con sin querer, en una calle, una calle angosta y vacía; caminaba solo llevando un libro en mi mano, haciendo como si leyera cuando en realidad le observaba, su andar marcado se habría paso en la densa soledad de la rua , como pidiendo que le notaran, lo hacía con la mágica gracia de la indiferencia.

Cuando le tuve al frente no puede evitar pensar en lo juntos que nos pone imaginar. Dijo – ¿qué miras?- con un tono tan suave que no sentí temor, no pude responder, pues un pueril impulso me retenía llenándome de arrebol. – Otro tímido – afirmó sin fuerza, así que tomé coraje y respondí – A nada, digo a nadie… bueno a ti, sabes es que tienes… tenes uno de esos aires mansos que me incitan a mirar. –

– ¿Mansos? , difícil de entender– era cierto, ¿mansos?, ni yo entendí a qué me refería cuando lo dije, fue una de esas cosas que se dicen sin querer, no obstante manso me pareció un calificativo adecuado para describirle después. Jugó con mis ojos, aprovechándose de que los suyos me cautivaron enseguida, no fue lo único que hizo, sus tímidas insinuaciones me provocaron sutilmente; recorría con sus dedos mi cabeza cantando un soneto triste mientras miraba hacia arriba, hacia las montañas, al tiempo que mis manos inquietas buscaban suavemente acariciar sus dóciles mejillas esbozaba una sonrisa.

Era evidente que no pensaba en mí, sus ojos húmedos develaban la angustia de una espera, esto no me molestó, porque de alguna manera esa espera también era mía.

lunes, 30 de mayo de 2011

Codicia

Las palabras nunca habían sido más reconfortantes, sus gestos nunca tan incitantes, rompió todas mis barreras, tomando lo que a su antojo quiso, dejando de nuevo solo despojos. Cuando por fin tuve despertar hallé moribundo aquello que otrora percibí mal, unas prendas cenicientas y un rostro satisfecho. Sus caricias forajidas aun quemaban los restos de mi razón buscando con especial ahínco lo más vano de mi existencia, mis recuerdos ya no son claros y, sin embargo no olvido la calidez de sus piernas, sus frases incoherentes, su sutil sonrisa.

Aunque su frágil apariencia disimulaba el fuego de su mirada puede darme cuenta al instante, de la fuerza que le carcomía el alma, una fuerza que provenía de la ignorancia honda de las leyes universales de la codicia.

lunes, 25 de abril de 2011

Espacio

"¿Lo recorremos juntos?", dijo más como afirmación que como pregunta y sin esperar una respuesta me tomó de la mano, mis piernas como los más fieles de los hombres le siguieron sin reparo, luego de un rato pensé en preguntar a donde. Mientras le seguía empecé a imaginar que la fuerza de sus pasos sería el preludio del movimiento de sus caderas y que la energía desprendida en la caminata tan solo una muestra pobre de la que pronto sería usada.

Si en la firmeza del andar se evidenciara los deseos, seguramente nos tomarían por deseosos; llegamos a lo que pareció no asemejarse a nada, solo la noche y un par de estrellas adornaban la blancura universal, la ceguera esa que ya había sido descrita por el portugués, la que nos llevaba a retomar los más primitivos de los instintos, las más básicas formas de habitar; se detuvo y me detuvo a la vez que con sus manos me invitaba a dejarlo todo a un lado,sin esperas así lo hice y a la par de mis prendas los prejuicios fueron despojados, yaciendo sin gracia ante toda la que posee la desnudez.

Similar a la antigua usanza de acomodar el cuerpo de otro para saciar el propio, acomodamos los nuestros con la laxa intención del egoísmo, pues lo que en últimas importaba nos era desconocido, los preludios se cumplieron y una vaga satisfacción llenó los espacios que creábamos con cada uno de nuestros movimientos.Tomar el espacio era el objetivo, y a toda costa la estrategia, los medios todos fueron permitidos.

lunes, 18 de abril de 2011

Sedición

Cuando me preguntó mi opinión sobre la gravedad del asunto creí que una ingeniosa evasiva sería suficiente y con la ligereza típica del experto comenté, “únicamente tres de cada 100 lo padecen, despreocúpate de ello, lo llaman consciencia”; de inmediato replicó, mientras una pequeña sonrisa se dibujaba en su rostro y sus indulgentes manos trataban de seguir a sus palabras con un extraño ritmo, “Sos fácil, muy fácil”, no evite sonrojarme, no era posible desconocer lo cierto de sus palabras, no obstante, el ridículo al que me expuso se me antojó arrobador, como la más fina muestra de un excelso galanteo al que sin duda tenía que responder, para salir bien librado al mejor estilo brasilero le entregue mi sorriso al tiempo que acariciaba su hombro y miraba sus ojos, así noté como un poco de arrebol parcialmente le tomaba la cara, y cual si hubiese probado una bebida mística el mío comenzó a desvanecer.

Tan rápidas como las palabras que se dan en la cama, con la misma precisión de los impactos mortíferos de una ametralladora, dejó salir una sarta de argumento flojos que intentaban vanamente convencerme de no ver lo obvio. Ya era tarde, tarde para ambos, y tarde para el día; la contundente indiferencia del mundo a nuestro encuentro lo hacía ver como prohibido dándole un carácter excitante, de repente enérgicamente comenzamos a gritar y las paredes del exilio dejaron que por un momento los otros vieran lo raro de nuestra existencia, permitiendo por un instante hacernos conscientes de que éramos otros, los otros.

Sólo entonces, cuando las miradas ya no nos marcaban, cuando los reproches venían sólo de nuestras conciencias, supimos que no hacía falta habitar en una sociedad para saber de su existencia. Es fácil caer en el abismo del autocontrol cuando somos jueces de la propia sedición.

lunes, 11 de abril de 2011

Ostracismo

Al llegar la noche, cuando sus pasos lentamente se convertían en danza y sus ojos evitaban develar el embargo de su alma, recordó el único consejo que jamás olvidaría... "no dejes de moverte, que me muero", así, con la lección en mente, dejó que su cuerpo se mezclara con el humo.

Sus ojos cerrados le permitían disfrutar de las más sutiles visiones,mientras se movía con la música, tan claras que podía sentir como unos labios finos, tan finos como los que otrora serían pintados con un pincel finísimo de pelo de camello, buscaban tímidamente, con la misma prisa del que no tiene,alcanzar su sexo y devorarlo por completo, que con la delicadeza de un artista asemejaban sus movimientos al parsimonioso flujo del amanecer. No pudo evitar que un suspiro suyo animara a alguien de la muchedumbre a acercarse y tomar con sus manos las suyas; perdida como se encontraba en las ensoñaciones más placenteras se dejó llevar hasta los confines del sitio, donde tan solo las sensuales sombras reinan con el alimento del sonido y la oscuridad, su cremallera indefensa ante la firmes intenciones de su captor, no resistió más de tres segundos al hábil asedio, su sexo húmedo ya por la infatigable acción de su amante ficticio recibió con gusto un fluido que no fuera el suyo y dispuso de la boca del intruso hasta convertirla en presa. Su mente aun inadvertida dejaba que sus músculos se relajaran permitiendo que el otro saciara su sed con su cuerpo, una sed propia de la desventura que a ella le embarga y que sació al igual que el otro con fantasías propias, queriendo evitar,como si fuera posible, el ostracismo implícito de la razón.