Era ya medio día cuando salí de casa, sentí como el sol me abofeteaba, siempre he sabido que es el saludo detestable que a los noctámbulos ofrece, pero como era de esperar no se lo respondí y de inmediato lo ignore mirando hacia otro lado. De nuevo sentí ese dolor en las piernas al cual no logro acostumbrarme.
Me dirigí a encontrarme con Rosa, lo sé, parece un nombre anticuado y a lo mejor para la época en que todas se llaman Mariana, Victoria o Luisa si lo es. Habíamos quedado de vernos en el lugar de siempre, por lo general llego tarde a las citas, pero hoy no ocurriría, Salí con anticipación y sería a mí a quien le tocaría esperar, tomé un autobús…
Al estar frente a la puerta sentí miedo y, aunque es cierto que no era la primera vez que lo hacíamos no podía evitar sentirlo ¿cómo podría hacerlo?, siempre es algo distinto, la primera vez vi como todo se hacía bello, como las formas se informaban, todo era perfecto, y creí tener el entendimiento completo. Las nubes me convidaban de sus orgías y observé como mi cuerpo hipersensible por el éxtasis respondía de manera lubrica. Esa noche Rosa y yo vivimos la comunión y la copula como algo más que la comunión y la copula.
Desperté, todavía estaba oscuro. Tenía un brazo sobre mí, tenía una pierna entre las suyas, su pecho estaba sobre mi hombro. Todavía dormía. Olía muy bien, recuerdo bien el día que la conocí, su olor fue lo que llamo mi atención y no ha dejado de perecerme especial; llevaba un suéter negro, suelto y un jean claro ceñido, su cadera es lo que más me atrae. Su cuerpo desnudo me excita. No sé que pudo pensar de mí, yo llevaba una americana vieja y unos vaqueros claros, soy flaco, nunca pude peinarme, mi cabello es desastroso y abundante.
Estaba inquieto y ya no podía dormir más, quería moverme, la despertaría, no me importaba. Me levanté y encendí un cigarrillo, salí al mirador, había una excelente vista. Solo se veía un auto en la avenida. No se escuchaba más que la noche.