viernes, 21 de noviembre de 2008

Rosa

Era ya medio día cuando salí de casa, sentí como el sol me abofeteaba, siempre he sabido que es el saludo detestable que a los noctámbulos ofrece, pero como era de esperar no se lo respondí y de inmediato lo ignore mirando hacia otro lado. De nuevo sentí ese dolor en las piernas al cual no logro acostumbrarme.

Me dirigí a encontrarme con Rosa, lo sé, parece un nombre anticuado y a lo mejor para la época en que todas se llaman Mariana, Victoria o Luisa si lo es. Habíamos quedado de vernos en el lugar de siempre, por lo general llego tarde a las citas, pero hoy no ocurriría, Salí con anticipación y sería a mí a quien le tocaría esperar, tomé un autobús…
 
Al estar frente a la puerta sentí miedo y, aunque es cierto que no era la primera vez que lo hacíamos no podía evitar sentirlo ¿cómo podría hacerlo?, siempre es algo distinto, la primera vez vi como todo se hacía bello, como las formas se informaban, todo era perfecto, y creí tener el entendimiento completo. Las nubes me convidaban de sus orgías y observé como mi cuerpo hipersensible por el éxtasis respondía de manera lubrica. Esa noche Rosa y yo vivimos la comunión y la copula como algo más que la comunión y la copula.

Desperté, todavía estaba oscuro. Tenía un brazo sobre mí, tenía una pierna entre las suyas, su pecho estaba sobre mi hombro. Todavía dormía. Olía muy bien, recuerdo bien el día que la conocí, su olor fue lo que llamo mi atención y no ha dejado de perecerme especial; llevaba un suéter negro, suelto y un jean claro ceñido, su cadera es lo que más me atrae. Su cuerpo desnudo me excita. No sé que pudo pensar de mí, yo  llevaba una americana vieja y unos vaqueros claros, soy flaco, nunca pude peinarme, mi cabello es desastroso y abundante.

Estaba inquieto y ya no podía dormir más, quería moverme, la despertaría, no me importaba. Me levanté y encendí un cigarrillo, salí al mirador, había una excelente vista. Solo se veía un auto en la avenida. No se escuchaba más que la noche.

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Changó


Sólo salsa se escuchaba. Las mujeres con sus vestidos rojos ajustados, movían las caderas al son del tambor. Los hombres llevaban apretadas prendas, camisas y pantalones de todos los colores. La fiesta como de costumbre en los mismos antros, era hasta el amanecer; no faltaba quien se propasara y dejara que sus manos acariciasen los firmes glúteos de alguna jovencita, o el caso en que varios bravos, celosos de alguno de los escasos galanes que frecuentaban el lugar, cogían a alguno como maraca.


Entre tanta magia; luces, música, licor, belleza, fealdad, mesas regadas alrededor de una pista amplia, fotos de los más grandes, sombras, gente buena y gente mala; me encontraba yo, contaba más de dos horas de estar bailando, mi pareja una rubia des conocida aun, de rostro bestial y caderas descomunales, no quería dejar de hacerlo; por fin la convencí para sentarnos, el calor sofocante y el vaho de sudor junto con el ron; era peligrosa mezcla, un conocido afrodisiaco sabido por todos desde tiempos inmemorables. 

En cuanto se hubo descuidado, a zancadas me escabullí, llegue a la barra y pedí un trago frío, solo pensarlo en mis labios era reconfortante. Me permití lanzar una mirada panorámica, enfrentando la oposición de una veintena de cuerpos que me rodeaban y allí, no en el rincón más apartado, ni en el centro de la pista, si no justo al lado se encontraba quien rasgaba todas las noches las frágil barrera de mi cordura para entrar y hacerme experimentar los más extraños momentos. 

Las sensaciones se mezclaban de forma simple, aterradoramente placenteras y encantadoramente suaves y sutiles, su cuerpo rotulado en las partes más deseables, no escatimaba en ningún detalle para obtener la completa atención de cualquiera que se fijase en él, sus labios rojos, delineados con tal cuidado que parecían los más perfectos y la sonrisa enigmática que se dibuja cada vez que toma un sorbo de mi. Me hacia romper en gritos al sentir el débil aire que salia de su boca cuando se acercaba a mi entrepierna; mis manos no alcanzaban para tenerla toda y si que la quería toda. 

Estaba acompañada por un sujeto alto; llevaba el cabello suelto y miraba fijamente su vaso, él parecía alardear y mientras tanto ella solo miraba la inmensidad de su trago. Pensaba en la forma de acercarme; nunca hemos hablado y seguramente no a notado mi existencia; llevo semanas intentándolo pero algo siempre se interpone, por lo general es mi cobardía. Esta noche se le nota distraída  es el momento, el hombre se levanta, se ve enfadado, se dirige a la salida.

Somos ella y yo, y no otros, lo sabe y me invita con la mirada a sentarme, no he tenido que decir nada, me acerco y me besa. El resto desaparece, después de un rato todo es sombra y una tenue luz, no he dicho nada y ella tampoco, no es importante.

lunes, 17 de noviembre de 2008

Primera entrega

Todos los días después de desayunar y regar sus plantas, Carlos salía a caminar por el bulevar. Nada se le ocurría y parecía no aguantar más, la inquietante tranquilidad le mortificaba y la cara envejecida ya por el consumo abusivo del tabaco no dejaba escapar viso alguno de satisfacción.


levar hasta llegar al parque, observaba atentamente hasta encontrar el sitio adecuado para sacar su libro y hundirse en la lectura, por estos días el número de visitantes había aumentado y era difícil poder disfrutar del matinal sonido del parque, patos y perros componían cada mañana una sinfonía diferente a la que se les unían ocasionalmente otros de los visitantes.

El texto de pasta dura contenía las obras en su mayoría "incompletas" de un autor desconocido cuya temática variada, reflexiva, y muchas veces desconcertante, provocaba en el lector agudo un éxtasis gratificante. Por fin encontró una banca demasiado ennegrecida para tener menos de treinta años, remachada con botones otrora brillantes, de un buen roble.Sacó de su mochila todo lo necesario para su viaje, y se dispuso a partir.

Ya entrada la tarde, una sensación de vacío lo hizo volver. Recogió cuidadosamente todas sus pertenencias y se dirigió al café "El Café" para tomar el habitual almuerzo, un café con leche y unos pastelillos que de todos los sabores se encontraban, coco, chocolate, vainilla, fresa, mango, mandarina, limón, durazno, guanábana, banano. Extraordinarios manjares a su alcance, cuando terminó y no antes de conversar amablemente con las personas que estaban en la mesa contigua, se dirigió a su hogar por el camino que solía recorrer, paso junto a la librería, mas esta vez no se detuvo a buscar un nuevo título; tenia urgencia de volver.

Mientras conversaba recordó la cita que tenia con Jacinta; una mujer de unos 50 años, robusta y semblante afable; con la que no se veía desde hace dos semanas, vale aclarar que Carlos es un joven de 25, al entrar en su apartamento lo primero que hizo fue quitarse la ropa para darse un baño, luego buscar su mejor vestido, perfumarse y buscar los versos que le había escrito; desde siempre le agradó hacerlo y esto le había hecho ganarse el aprecio de muchas personas, aunque su carácter taciturno le valía que la mayoría de sus relaciones terminaran, como empezaban, de manera inesperada.